Y para la construcción de esa relación, uno de
los aspectos más importantes radica en ser claros y
precisos en la comunicación y en lo que se quiere
transmitir en cada clase. No hace falta decir "en difícil"
lo que puede transmitirse de otra forma. Un lenguaje
simple y directo es por lo menos igual de académico que
cualquier otro más complejo. La complejidad no hace al
interés del alumno, sino las ideas que pretenden
transmitirse. Es muy difícil mantener "enganchado" a un
alumno, cuando este dedica la mayor parte del tiempo a entender
el lenguaje
del docente, y eso sí es pérdida de tiempo en la
mayoría de los casos. La atención del alumno debe centrarse
alrededor de los contenidos, en el mensaje. Un mensaje complicado
es un mensaje perdido. Y cuando una clase no se entiende, debemos
revisar muy bien cuál es la cuota de responsabilidad de
cada una de la partes involucradas. De la misma manera, es sabido
que no se puede mantener la atención por mucho tiempo si
no se incluyen "descansos" en los cuáles los alumnos
puedan relajarse, al menos por unos minutos, para luego sí
retomar la clase con la atención renovada.
Otro aspecto que no se puede descuidar es la
participación del alumno. Dejar al alumno relegado en el
rol de escucha o lector puede resultar la mejor forma de hacer
ineficaz un proceso de enseñanza. Debemos invitar a
nuestros alumnos a asumir la responsabilidad de su capacitación, debemos invitarlos a asumir
desafíos, a tomar decisiones, y todo esto podemos lograrlo
estructurando una enseñanza abierta y participativa, donde
el alumno tenga un rol protagónico y activo.
Para
que todos quieran aprender
Como vimos hasta aquí, no resulta fácil la
tarea. Más aún considerando que no estamos
planteando, ni más ni menos que un cambio de
paradigma en
el proceso de enseñanza. Un cambio de paradigma desde el
cual se logre que los alumnos quieran aprender, no solo para
llegar a algún "lugar" distinto en lo que respecta a sus
conocimientos vigentes, sino porque también disfrutan del
"viaje". Y este es el desafío.
Debemos dejar de considerar al alumno como un simple
"receptor" (o mucho peor: "recipiente"), para ayudarlo a ocupar
el lugar que no solo se merece, sino que debe ocupar para hacer
del aprendizaje una experiencia motivadora, placentera y
enriquecedora. Una experiencia que lo tenga como protagonista y
que lo haga participar, pensar, aplicar, que lo ayude a entender,
que lo invite a repetirla una y otra vez, con la siempre presente
motivación de adquirir conocimientos que
favorezcan la generación de nuevos "saberes", pero
"saberes" que tengan que ver con la historia de cada alumno,
"saberes" personalizados y contextualizados a la circunstancia de
cada uno de ellos. De nada vale convertirse en un experto
"repetidor" o en un "vocero" de conocimientos ajenos: eso no es
aprendizaje.
El verdadero aprendizaje tiene lugar cuando es
acompañado de un sentido crítico; cuando la
formación de un criterio propio, prevalece a cualquier
intención facilista de adoptar el concepto que sea,
de quien sea y sin condicionamientos. El verdadero aprendizaje
comienza cuando antes de aceptar, antes de "saber" (entre
comillas), nos preocupamos por entender (sin comillas).
Es, entonces, responsabilidad de quienes tenemos alumnos,
fomentar un nuevo aprendizaje o, mejor dicho, un verdadero
aprendizaje. Un aprendizaje que invite a la reflexión, que
provoque pensar, que promueva el análisis y que,
fundamentalmente, resulte útil.
Autor
Gustavo Alonso
Licenciado en Administración de la Universidad de Buenos
Aires, docente de Comercialización en la misma casa de
estudios y especialista en e-learning.
Todos los derechos reservados a
Gustavo Alonso
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